 |
Mario Vargas Llosa | Foto: Andi Gomez |
Cinco libros y una pieza teatral fueron más
que suficientes para seducir al ganador del Premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, hacia el mundo de la literatura. Así lo dejó saber durante la charla magistral “Cinco libros” que se llevó a cabo en la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, durante la Feria Internacional del Libro Santo Domingo (FILSD) 2016.
El escritor peruano recuerda que aprendió a
leer a los cinco años, cuando residía en Bolivia, un hecho que destaca como lo
más importante que le ha pasado en la vida. En sus palabras, ese encuentro con
la lectura enriqueció su mundo: “Recuerdo clarísimamente cómo creció mi
horizonte, gracias a esa operación mágica que era leer un libro, convertir las
palabras en imágenes y las imágenes en aventuras”.
El primer libro prohibido que leyó fue 20 poemas de amor y una canción desesperada,
que su madre -una buena lectora- guardaba en su mesita de noche. Allí se dio
cuenta de que la poesía y la literatura tenían algo profundo, aunque en la edad
(menos de 10 años) en que tuvo ese encuentro con ambas no las entendiese.
“Encontrarme con esos versos de Neruda, rodeados de una prohibición y no
entender lo que sucedía, pero sospechar que tenían algo que ver con el pecado,
fue para mí muy importante. De alguna manera, la poesía y la literatura tenían
que ver con una dimensión de la vida que no tenía una buena carta de
presentación”, dice quien en 2016 fue galardonado con el Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña.
Desde esa época entendió que ambas le
permitían explorar lo prohibido, lo que no era de buen gusto y que, sin
embargo, significaban algo importante de la experiencia humana, de la vida:
“Una cierta idea de la literatura se fue infiltrando en mí y de alguna manera
eso ha tenido una repercusión en las cosas que he escrito después”.
Llosa aclaró que en ese momento no
sospechaba que algún día querría ser escritor y resaltó que la idea de serlo,
para los latinoamericanos de su generación, era algo imposible: “En esa época escribir
era practicar un hobby, algo que nos ocupaba los domingos, los días feriados y
el resto de la vida uno se sentaba a ganársela ejerciendo una profesión
liberal, algo que parecía completamente incompatible con el acto de escribir”.
El ganador del Premio Nobel de Literatura
2010 llegó a pensar en ser marinero, torero o alguna profesión que le acercara
a la aventura. Y confesó que recuerda sus años en Bolivia más por los libros
que leyó, que por los compañeros que tuvo en el colegio.
Empezó a sentir la tentación de escribir
cuando dejó atrás la niñez y vivía en Perú, en donde continuó leyendo libros
cada vez más densos y largos. Pero no fue hasta sus últimos años en el colegio
cuando pensó en si elegir otra profesión no se convertiría en un estorbo para
poder dedicar el tiempo suficiente a lo que se estaba convirtiendo en un
interés primordial en su vida.
Su encuentro con el teatro tuvo lugar en
Lima, en donde una de las obras que disfrutó le marcó para siempre: La muerte del viajante, de Arthur Miller.
“Verla me mostró que el teatro podía, en ese espacio tan pequeño y en ese
tiempo tan breve, revelar un mundo de una diversidad, complejidad y
profundidad, semejantes a una gran novela”, dijo el autor de La fiesta del chivo.
Para Llosa, el teatro era una forma de
literatura encarnada en seres vivos, que podía tener un efecto y un motivo
sentimental e intelectual incluso mayor que el de una gran novela. Por este
dejó de soñar en ser poeta y pasó a desear en convertirse en dramaturgo.
Incluso llegó a escribir su primera obra teatral, que se montó en su último año
del colegio. Esta fue -en sus palabras- su primera gran experiencia literaria,
pues al dirigirla pudo apreciar cómo la historia se levantaba del papel. De
hecho, admitió que esto le hizo sentirse un escritor.
“Cuando pasaron los años sentí mucha
vergüenza al leer esa obrita que se llamaba La
huida del Inca, rompí todos los manuscritos y creí que había conseguido
borrarla de la faz de la tierra, pero mi madre había guardado un ejemplar”,
recuerda el laureado escritor, sacando la sonrisa de los presentes. Luego afirmó
que se lo encontró 30 o 40 años después, lo que le hizo sentir más vergüenza,
pero lo conservó como una primera manifestación de una vocación literaria
inicial.
Este acercamiento con el teatro quedó
relegado por un tiempo, pues Llosa entendía que en Perú era impracticable: “Los
peruanos que escribían una obra corrían el riesgo de no verla nunca en un
escenario. Había muy poca actividad teatral y creo que eso fue alejándome
temporalmente y empujándome hacia la narrativa”.
El escritor de 80 años entonces decidió
estudiar Letras y Derecho, porque comprendió que debía ganarse la vida con una
profesión liberal. Como en esa época la influencia francesa era dominante y se
puso de moda el existencialismo, para Llosa fue importante descubrir a Jean
Paul Sartre, pues le ayudó a pensar que la literatura no era un lujo en un país
como Perú, en donde no se leía porque muchos no sabían leer y quienes podían
hacerlo le daban la espalda a la literatura.
“Leyendo a Sartre descubrí que tenía
sentido escribir literatura en un país así, era maravilloso, sobre todo, leer
la colección de ensayos ¿Qué es
literatura? en que Sartre nos decía que escribir es actuar a través de las
palabras”, expresa entusiasmado Llosa, quien comenzó a ver cómo los poemas, las
obras de teatro, los cuentos y las novelas repercutían en los lectores y en la
historia, pues gracias a estas se tomaba conciencia de las problemáticas y la
gente se movilizaba.
“Yo leía a Sartre con tanta pasión y
discutía con tanta pasión las ideas de Sartre que mis amigos de la universidad
me pusieron un apodo muy divertido: ´el sartrecillo valiente”, aseguró Llosa,
lo que provocó las carcajadas del público.
El autor de Conversación en la catedral asegura que a mediados de los años sesenta
sintió una gran decepción de Sartre, luego de leer un reportaje en que el
filósofo francés aseguraba que los escritores africanos debían renunciar a la
literatura para hacer primero la revolución y crear un país en donde la literatura
fuese posible: “Recuerdo haber leído y releído esa respuesta decepcionado y
además indignado. Era el mismo intelectual que nos había hecho creer que la
literatura era una manera de actuar, de cambiar la realidad, de influir sobre
la historia”.
Llosa había asumido ser escritor de tal
manera que los argumentos de Sartre no podían hacerle dar marcha atrás y lo
decepcionó cada vez más: “Terminó, incluso, defendiendo la revolución cultural
china, donde millones de personas fueron sacrificadas en una especie de
dictadura ideológica”.
 |
Mario Vargas Llosa | Foto: Andi Gomez |
Por esos días, Llosa descubrió al escritor
estadounidense William Faulkner: “Creo que ningún novelista ha tenido una
influencia tan grande en la narrativa de América Latina como él. Creo que
fueron muy pocos los escritores que no fueron afectados por la lectura de este
gran creador norteamericano”.
Llosa expresa que las razones eran varias.
Una de ellas es que el mundo le dio a Faulkner la materia prima para su saga novelesca
Yoknapatawpha: “Tenía mucho que ver
con Latinoamérica; Yoknapatawpha, al sur profundo de Estados Unidos, era un
mundo que al igual que en tantos países de América Latina había vivido en la
tensión, animadversión, subordinación, prejuicios raciales y sociales, además
de grandes problemas económicos”.
Para él, Faulkner es uno de los escritores
modernos que está más cerca de los escritores clásicos. Gracias al autor
estadounidense, Llosa descubrió la forma literaria, la importancia del narrador
y el tiempo.
Una novela que fue muy importante para
Mario Vargas Llosa fue Los Miserables,
de Víctor Hugo. Aquel libro le impresionó tanto (como Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas) que quiso no volver a
leerla para no decepcionarse. Sin embargo, años después recibió la solicitud de
escribir un prólogo de una nueva traducción de la obra: “Volví a leer a Los miserables. No solo no fui
decepcionado, sino que me enriqueció extraordinariamente. Me confirmó que el
elemento cuantitativo jugaba un papel esencial en el mundo de la riqueza
literaria”.
Mario Vargas Llosa concluye su ponencia
reafirmando que a los autores mencionados les debe el haber escrito sus obras y
ser el escritor que actualmente es. En ese sentido aseguró que ningún autor le
ayudó tanto en su vocación y a descubrir el escritor que quería y no quería ser
como Flaubert: “Pocas veces he tenido una experiencia tan conmovedora como leer
una novela de Flaubert. Madame Bovary la leí en estado de trance y exaltación.
Creo que lo que me deslumbró era que contrariamente a lo que se creía se podía
hacer la literatura realista y, al mismo tiempo, un objeto estético de enorme
calidad”.
El escritor peruano dice que con este libro
descubrió que quería ser un escritor realista, aunque podía leer a los escritores
fantásticos y disfrutarlos: “Las historias que yo quería contar tenían que
influir en el mundo real y esas historias tenía que tratar de contarlas con la
elegancia, belleza y perfección que había logrado
Flaubert en la literatura realista”.
*Colaboración para la FILSD2016.