martes, 6 de diciembre de 2022

Miqui Otero: el primer día que entré a un colmado… no entendía el establecimiento; había gente bailando, pero vendían pasta de dientes

Foto: cortesía de Miqui Otero


El periodista español Miqui Otero no quiere llamarse a sí mismo escritor, sino alguien que desde los cinco años escribe. De hecho, a esa edad ya redactaba, editaba y les hacía portadas a sus propios textos. En la actualidad ha tenido la dicha de que los dos últimos pasos corren por cuenta de las editoriales a través de las cuales ha publicado cuatro novelas: Hilo Musical (Premio Nuevo Talento FNAC); La cápsula del tiempo (Premio Ojo Crítico de 2020), Rayos y Simón, que le han valido el reconocimiento en Europa. La quinta viene en camino. En el ínterin, aprovechó para visitar a la República Dominicana, impartir el taller “Historias de la ciudad y construcción de personajes”, invitado por el Centro Cultural de España (CCE), así como conocer a un Santo Domingo diferente a los libros que ha leído.

¿La literatura debe tener identidad?

No creo que deba tener identidad, sino que construye esa identidad. En un mundo donde los objetos de consumo, los gestos, las modas, todo tiende a uniformizarse, precisamente la literatura tiene que buscar todo lo contrario, buscar lo preciso, lo genuino. Luego, que eso pueda ser universal, que tenga la capacidad de entenderse en otros lugares, tiene que ver con la pericia del narrador o cómo lo hagas con detectar esos temas que se describen desde los detalles concretos, desde las situaciones concretas de un lugar… y luego está la cuestión del lenguaje que se utiliza. Gran parte del éxito de una novela para entender un territorio, para explicarlo, tiene que ver con su capacidad de reproducir sus voces. La polifonía de ese lugar. Hay palabras que son como una piedra que cae en un estanque en calma y se generan unas ondas concéntricas que alcanzan un montón de lugares, que se abren y que van a todas las orillas de ese estanque. Y esas palabras son palabras como “guagua'', por ejemplo, que detrás de eso describen un lugar al tiempo en que lo dignifican, lo consideran un material literario.

¿Entonces uno debe de liberarse de esos tecnicismos de que se debe escribir para que otros te entiendan?

Bueno, en todo proceso de comunicación uno se expresa para hacerse a entender, pero al mismo tiempo hay una tensión. Es decir, cuando desaparece una lengua, por ejemplo, desaparece una civilización, así que al mismo tiempo hay una responsabilidad de que no desaparezcan determinadas formas de ver el mundo que tienen que ver con la riqueza léxica de ese lugar, ya sea por mutaciones o por contaminaciones del idioma. Ya se hicieron experimentos de intentar encontrar una lengua única (el inglés no deja de ser una especie de esperando) para que se entiendan los pueblos, pero si en el camino lo que haces es empobrecer su experiencia, es decir, uniformizar el mundo, pues el mundo deja de ser rico para ser una cosa mucho menos interesante.

De hecho, hay escritores que incluso inventan palabras, como Shakespeare…

Sí, hay idiomas enteros inventados en la literatura y eso es muy lícito. Se inventan palabras, territorios que no se sabe muy bien dónde están. Si recreas un territorio ficticio, puedes verter en él todo lo que quieras: cosas que tienen que ver con tu ficción, cosas que has visto en otros lugares o cosas que tienen que ver con el lugar en que creciste.

¿Puede una novela no tener territorio, es decir, puede contarse sin describir un lugar o hacer alusión a un lugar?

Sí, hay un montón de obras que tienen que ver con dos personajes sentados en un banco sin ningún tipo de contexto, esperando algo. No hay una receta; un médico que escriba una receta y luego el escritor va a una farmacia y la canjea por unas pastillas infalibles que son la buena literatura, eso no existe. ¿Puede haber una literatura sin territorio? Sí, por supuesto. A mí me interesa menos, claro que sí.

¿Y por qué te interesan menos?

Porque tiendo a entender la literatura como una forma de entender las reacciones y las palpitaciones de un personaje en un entorno concreto, más que una indagación en el alma humana, alejada de todo contexto. No creo que haya una idea de un ser humano impermeable al lugar en el que crece. Me parece sospechosa esa idea. No la acabo de entender. Me gusta ver a un personaje en un entorno. Me gusta saber cómo ese entorno cincela, va ajustando y va modelando su carácter o cómo esa idea de entorno enmarca los deseos y aspiraciones de una persona y de un personaje. La idea de un ser humano, un personaje que sube al Atalaya en un no lugar, me parece menos interesante. Me parece una impostura. Me parece que alguien que sí ha crecido en un lugar verterá sobre un personaje, aislado de todo ruido, sus inquietudes, así que al fin y al cabo es una convención el hecho de aislarlo. Claramente tendrá los condicionantes de un lugar o territorio.

Pero hay gente que es nómada.

Pero son personas nómadas que crecieron en un lugar y los años de formación son los más importantes. Y luego el lugar, también tiene que ver con otras cuestiones. Tiene que ver con tu clase social, raza y con muchas otras, más allá de un territorio concreto en el mapa.

Como has tenido la oportunidad de leer a los escritores dominicanos Andrés L. Maeto, Junot Díaz, Rita Indiana y Frank Báez, ¿qué percepción tienes de la ciudad de Santo Domingo?

Muy diferente. Que la literatura sea como el coche en el que me subí con Frank Baez, que nos llevó a otros lugares con grandes carteles publicitarios que no tenían nada que ver con el tono validado de la literatura que tiene que ver casi siempre con el casco antiguo, su belleza decadente y sus personajes en busca de conflictos. De todos modos, mi mirada después de leer solo tres o cuatro libros es la mirada del turista, yo no sé ver a Santo Domingo aún. El primer día que entré a un colmado, pedí un sandwich y, mientras me lo hacían, pedí una cerveza y me empecé a fijar. Primero, no entendía el establecimiento porque era la mezcla de muchos establecimientos que hay en España, pero todos en uno. Me parecía fascinante. Una mezcla extraña porque había gente bailando, pero vendían pasta de dientes, cambiaban dinero… parecería una casa donde todo pasaba y yo no entendía los códigos. Y cuando me pusieron la cerveza dentro de una bolsa de papel, entendí que ese local no tenía licencia para que se bebiera alcohol ahí y que lo ponían en la bolsa por si venía un policía o una inspección, tú pudieras irte diciendo que te la tomabas en casa. Al día siguiente, me dijo Gabriela Read: “No, es para que se mantenga fría”. Pues eso, una tontería en base a una anécdota muy concreta sirve para todo lo que vi en la ciudad, voy a entender todo mal. Voy a necesitar a alguien que me lo explique.

¿Se pueden romper los límites de lo que ya está dicho cuando se está escribiendo una novela?

Sí, claro. Cuando nace un niño o cuando descubres un lugar, lo primero que haces es nombrarlo y nombrándolo haces que exista para gente que no sabía que existía. Cuando la novela sale de los lugares ya explorados y va a otros, ya sea a otros barrios o perfil de personajes, etc., no está descubriéndolos, sino nombrándolos, y es una de las cosas que puede hacer la literatura.

Sobre el perfil de los personajes, ¿por qué es importante hacerle preguntas al personaje cuando se está construyendo?

Porque nos conocemos en base a preguntas. Cuando estás conociendo a una persona, no necesariamente ese proceso arranca con preguntas decisivas, como cuál es su peor miedo o a cuál partido votó. Nos conocemos explicando historias de nosotros mismos. Y a menudo esas historias no son, aparentemente, muy importantes. Esa misma razón aplica para los personajes sobre los que estás escribiendo. Si les haces todo tipo de preguntas, los conocerás mejor.

Foto: cortesía de Miqui Otero
La mayoría de los escritores suele decir que hay algo de ellos en los personajes. En ese sentido, cuando elaboras estas preguntas ¿dejas algo tuyo?

En todos mis personajes. Claro. Hay algunos que evidentemente tienen que ver contigo, pero hay cosas de ti en todos ellos. Yo a los protagonistas les hago algo vanidoso, que es que siempre les pongo un rasgo físico mío, pero es algo casi como una superstición. El de la última tiene esta ceja, el de la anterior tiene diastema (los dientes separados), a todos les pongo un rasgo mío, eso es solo en lo físico, pero en todo lo otro también. No sólo construyes con materiales autobiográficos, también con emociones y sensaciones que has tenido, respuestas ante situaciones que has tenido. Sirve también para superar miedos, decepciones o esos momentos en los que sientes que no has respondido bien ante la vida. Todo eso acaba en los personajes. No necesariamente en uno, lo vas vertiendo en todos ellos.

¿Y por qué la superstición?

Lo hago no sé si para encariñarme de ellos. Son novelas largas; les puedo mirar a la cara y decir que tienen algo mío.

¿Como un espejo?

Sí, aunque no son yo, pero tienen muchas cosas de mí. Dejarles ese rasgo en la cara es una manera de acordarme de ellos.

¿Eso es como clonarte?

Sí, hay algo fantástico en la idea de una novela. Por eso nunca muere. Siempre se dice que la novela ha muerto; es imposible que muera. La novela es como un vampiro, primero chupa la energía o la sangre a quien la quiera atacar. Realmente creo que la novela es la única invención que es capaz de atrapar la contradicción y la calidad de la experiencia, los mecanismos y todo lo demás de un lugar, de una persona. Lo es por muchas razones y muchísimas otras, pero una de ellas es que
la novela le permite a un autor ser contradictorio en sus juicios y poner en duda sus certezas. Por eso la novela en sus muchas formas sigue funcionando, por eso es imbatible en ese sentido. Decía Humberto Eco que la novela nunca desaparecerá porque los libros son tan perfectos como un cuchillo o una rueda.

¿Entonces por qué estudiaste periodismo y no literatura?

A lo mejor me hubiesen echado de casa si hubiese estudiado literatura. Esta familia que construyó todo de cero en Barcelona, lo que quería para mí era una profesión eminentemente práctica y para eso me pagaba la carrera. El periodismo me parecía algo aceptable, como una carrera que tenía detrás un oficio y, por otro lado, sospecho que no soy el único ni mucho menos, es muy habitual que si se quiere ser escritor te apuntas a periodismo porque trabajas con la palabra. El periodismo me gusta, pero me gusta la idea del periodismo más que el periodismo como está hecho ahora: buscar una historia, hacer un trabajo de inmersión y esto con el ritmo de producción actual no es posible tampoco. Eso acaba en libros, en los sitios donde hay adelantos buenos para escribir un libro sobre un tema. Tampoco se separa absolutamente la escritura periodística de la escritura literaria. La escritura periodística y al margen es una escritura literaria más factual, no ficcional pero al mismo nivel. De hecho, en las grandes novelas hay un trabajo periodístico, Flaubert hizo un trabajo periodístico brutal antes de ponerse a escribir.

Ahora que eres escritor a tiempo completo, ¿se puede considerar un oficio?

Es que, incluso, aunque trabajes otras cosas, escribir es un oficio. Otra cosa es que te presentes al mundo diciendo: yo soy escritor. Creo que te acostumbras a eso cuando lo escuchas de otras personas. Es como el honor, el honor tiene que ver con la percepción que la gente tiene de ti, no con lo que tu digas. Ser escritor es lo mismo. Mejor que te lo digan otros.


sábado, 29 de agosto de 2020

Rey Andújar: "Deja que la cultura ande por ahí, como la pámpara"

Para su hija de seis años, él es famoso en Facebook. Para sus lectores, un destacado autor de novelas y cuentos galardonados. Para sus críticos, un escritor sin acento dominicano. Pero en sus propias palabras, Rey Andújar es un cafetero, escogidista, curioso, creyente del valor de la pregunta, trabajador y lleno de contradicciones.
El joven que salió de Villa Duarte a conquistar el mundo con sus letras se ha ganado un espacio en ese complejo universo literario gracias a novelas como Candela (seleccionada como una de las mejores novelas del 2009 por el PEN Club de Puerto Rico) y Los gestos inútiles (ganadora del VI Premio Alba de Narrativa Latinoamericana y Caribeña, durante la Feria del Libro de la Habana 2015). Por eso, en su reciente visita a la isla como invitado de la Feria Internacional de Libro Santo Domingo 2019, aproveché para tomarme una tacita de café… o dos con él, y conocer a quien se ha convertido en más dominicano mientras menos lo dice y mientras más hace.


Un año más tarde nos volvimos a encontrar, pero en esta ocasión a través de la tecnología. 



 

lunes, 1 de junio de 2020

Frank Báez: "El miedo al libro... es el miedo al conocimiento"

El poeta dominicana Frank Báez comparte su visión acerca de la literatura en este episodio del segmento televisivo Cultura Libre, un espacio que busca crear reflexión acerca de la importancia de la cultura. Espero que disfruten este formato diferente en Lecturas Íntimas.