Foto: Wingston González |
Lo que conoce el joven poeta guatemalteco Wingston González de la literatura dominicana actual es muy poco. Sin embargo, desde que se asomó al Santo Domingo de Postales de su amigo el poeta Frank Báez y de El Hombrecito, así como a la música de Rita Indiana o al movimiento de spoken word que hay en el Caribe, quiere entender la escritura de un vecindario tan próximo y tan desconocido en Guatemala. Es por esto que afirma sentirse muy emocionado de la idea de leer en la urbe, al aire libre, en el Metro de Santo Domingo, y estar en contacto con la gente a través de su participación en la 21ª. Feria Internacional del Libro Santo Domingo (#FILSD2018).
Según tus palabras, escribes textos poéticos para no aburrirte. ¿Qué tiene la poesía que evita que lo hagas?
No se me da bien hablar de literatura. En realidad no se me da bien hablar —o vocalizar— sobre cualquier cosa. Pero desde siempre tuve una propensión a contar, recitar o divagar sobre las cosas. Conocí la lectura en la biblioteca parroquial de mi ciudad. Mis madres creían que el lugar estaba endemoniado, y nunca fuimos muy fans de alojar bugs espirituales. Aún así, como de todos modos nos perseguían a donde nos mudásemos, seguí yendo. En el último sueño con mami Marta, mi abuela, fallecida hace año y pico, mami Marta descorría unas cortinas colgadas entre los árboles de un bosque. Mi abuelo Martín, que al parecer murió en un hospital del Bronx cerca del 2000, o algo así, corría en cuerpo de venado al rededor del patio de nuestra primera casa en París, un barrio de Livingston. La lectura, solo detrás de los sueños, es mi principal proveedor de mundos alternos y, hasta ahora, no he encontrado dealer más generosa, ni tampoco más exigente.
La poesía es un medio para involucrarme en las otras cosas que hay —hubieron, habrán— detrás del lenguaje ordinario.
Ahora que los libros están a un clic de distancia, ¿sigues frecuentando bibliotecas? ¿Crees que en algún momento alguien haga un proyecto como “deadmall.com” llamado “deadlibrary.com”?
(RISAS) Por 10 años viví en el altiplano de Guatemala, muy lejos de las urbes y más lejos aún de Internet —algo que, en 15 años, ha cambiado mucho—. Sin embargo, en cada pueblo había una biblioteca, algunas muy, muy, pero muy bien equipadas. Sí, los libros están a un clic de distancia. Aunque creo que falta mucho para cerrar la brecha entre las personas y ese clic. Seguramente habrá un deadlibrary.com, pero, a diferencia de los malls, quizá para ese entonces habremos zanjado esa brecha y nos encontremos con un nuevo tipo de lector que aún no podemos prever. Pero en lo que llega ese momento, mañana tengo que devolver un libro a la biblioteca del Centro Cultural de España en Guatemala.
¿Y qué piensas de las redes sociales? ¿Son competencia o aliadas de los escritores?
Ni competencia ni aliadas, sino herramientas. Las redes sociales virtuales, me parece, funcionan una expansión, una realidad aumentada, de las redes sociales que la especie (incluso la vida misma) viene construyendo por millones de años. Así que es más un desplazamiento hacia otros campos del lenguaje, una sofisticación de las herramientas. Aunque también es verdad que como herramientas aún quedan muchas posibilidades por explorar y entraña un chingo de aspectos que aún no terminamos de entender y que deviene en peligros y certezas de peligros. Por mi parte, hace un año cerré mis perfiles en la mayoría de los servicios de red social, excepto dos aplicaciones de mensajería, correo electrónico y página web. Con eso me basta, la verdad.
Afirmaste en una entrevista que tu libro traslaciones lo escribiste para desacralizar al ser humano. ¿Por qué hacerlo? ¿Sientes que es necesario?
Ya no estoy seguro de eso. Cuando junté los textos de traslaciones quería comunicar el desasosiego que me causa la finitud de las cosas. O eso es lo que sé ahora. Todos los días, mientras voy al trabajo —cuando tengo trabajo— toca esquivar en la calle los reclamos de cierta trascendencia light, sacralidad pensada para el consumo: la publicidad, la televisión, los cupones de descuento, los sorteos, las promesas de viajes a Dubai, los edecanes promisorias. Los personajes de traslaciones, en cambio, están instalados en una especie de cultura del desierto, de puertas abiertas, enfrentados únicamente a su cuerpo y al cuerpo de los otros. Esto lo pienso ahora, con la pregunta; aunque desacralizar quizá ya se me hace demasiado mala onda, demasiado fuerte. Quizá se trate más bien un intento de pensar el cuerpo y el gesto como materias dignas de atención.
Con este libro obtuviste el premio Mesoamericano de Poesía Luis Cardozo y Aragón 2015. ¿Qué suponen los premios para un escritor? ¿Qué lugar ocupan en tu vida?
Significa apoyo económico, publicación, difusión y ¿suerte? Escribo principalmente para mí, para las amistades y, cuando hay generosidad, para quien le interese publicar mis textos; por lo que elegir un libro para concurso implica pensar en un tipo de lector que deberá ponderar el merecimiento o no del estímulo económico o la difusión de la obra. A esto, añádase las maniobras del caos, que el jurado se tome más o menos en serio su trabajo —de hecho, que se lo tome como un trabajo— que las instituciones detrás de los certámenes imprima rumbo y carácter a los mismos, y un largo etcétera. En todo caso Hazel y yo disfrutamos mucho el dinero del premio, la publicación y las oportunidades que se abrieron después.
En tu opinión, los escritores de países como Guatemala se están enfrentando a la violencia económica de saqueo. ¿Entiendes que esto influye en la escritura?
Sí. Y no solo la escritura, sino también el arte, la artesanía, el comercio, la política, la estética, mami, sus amigas, mis amistades. En el caso especial de la escritura, esta es una cultura, incluso, con pocos mapas, pocos manuales de procedimientos, poca lectura. Excepto como copy en publicidad, el ejercicio periodístico, trabajar en alguna forma de propaganda o en tareas puntuales de producción del objeto que llamamos libro, se espera que la escritura creativa sea de distribución gratuita, por pasatiempo, por fama y gloria —whatever that means— o por cerveza o gran compañía. Desde los primeros versos que escribí para burlarme de mis compañeros de clases entendí que escribir sería una forma de resistencia. Hoy con la gran compañía y un vaso de leche me siento bien pagado. Lo cual no quita que tenga que vivir con la sospecha, o más bien con la certeza, que escritura creativa no es un florero, si no un potente artefacto cultural en el que resguardar la memoria del vecindario.
Un artículo del periódico El País de España dice que el poeta latinoamericano ya no hace revolución. ¿Qué tan cierto es esto? ¿Se puede ser la poesía un factor de cambio?
No sé cómo responder a esta pregunta. Creo, como platicábamos hacer unos días con el poeta Enrique Noriega, y como he leído tantas otras veces en tantas otras escrituras, que el compromiso del poeta está con su idioma. Al menos en principio. Desde el momento en que las poéticas abren a otras posibilidades de mundo y resignifican y remoldelizan el material de las que están hechas, eso ya es una revolución, ¿no? Y gana de antemano, quizá.
Como representante de la literatura mesoamericana actual, ¿qué debe saber la gente al respecto? ¿A quiénes debe leer? ¿A quiénes debe tener de referencia?
El otro día, en un bar subterráneo y muy mala vibra, platicábamos con unas amistades sobre Mesoamérica, y qué significa algo así en tiempos de ampliación del campo de la diáspora, con tanta gente en Estados Unidos, tantos muertos en los caminos y tantas patrias como vínculos en Internet. No llegamos a nada claro. Casi toda mi familia creció en el Caribe y desde, mi subjetividad, hay por lo menos una Centro América mesoamericana y una caribeña. Por lo menos. Seguro estoy metiendo las patas, pero viviendo en Ciudad de Guatemala —y después de vivir un chingo de años en el altiplano—, me siento más un caribeño en la capital. A veces. Ahora creo que hay que leer la antigüedad; las poéticas y narrativas pre-hispánicas, las escrituras de la Colonia, los documentos republicanos. También hay que leer a Cardoza, a Salarrué, Eunice Odio, Yolanda Oreamuno. A la vanguardia nicaragüense y a los poetas de las guerras revolucionarias del vecindario. Y, cómo no, la contemporaneidad, la literatura viva de la región, su periodismo, que dan cuenta de esa memoria instalada en la escritura.
Cuéntanos un poco acerca de tu próximo proyecto, ¿qué pueden esperar tus lectores?
Trato de escribir todos los días, entre versos, textos narrativos y, como ejercicio, traducciones. Ahora mismo, con la traducción del poeta Urayoán Noel, se prepara una pequeña plaquette en Estados Unidos, 5 poemas de Miss Muñecas Vudú y uno reciente. Una nueva versión del texto de CafeínaMc está siendo leída por mi amiga Cindy Amarilis Vega en Puerto Rico. Incursiones en dramaturgia, performance y música y, espero, un texto narrativo que lleva en proceso varios años.
Wingston González se ha descrito anteriormente como un documentador. ¿Por qué? ¿Qué documentas?
Creo que la escritura es la memoria del vecindario, como conjunto, pero también la memoria de cada vecino. En ese caso, lo que intento documentar es mi existencia, como percepción, sobre la Tierra.
No conozco (aún) la escritura de Wingston González, pero me suscita interés por las respuestas que te ha dado, sobre todo ese asunto de la revolución desde la palabra, tal vez más duradera.
ResponderEliminarHola, Víctor. Gracias por tu comentario. Me alegra mucho que te motives a leer a Wingston a partir de esta entrevista. Me encantaría tener tu retroalimentación tan pronto lo hagas. Esta entrevista es una de varias que realicé como colaboración para La FILSD2018 y que fueron publicadas en diferentes medios de comunicación. Trataré de publicar el resto en el blog en el menor tiempo posible. Un abrazo.
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