sábado, 28 de diciembre de 2013

Hernán Rivera Letelier: "El arte de contar historias es una de las cosas que se está olvidando entre los intelectuales".


Foto cortesía de Prisa Ediciones RD
El autor de “El arte de la resurrección”, ganador del Premio Alfaguara 2010,  vivió durante 45 años en el desierto más árido del planeta (Atacama, Chile), de los cuales 30 se reflejan en su piel por haber trabajado en minas a flor de tierra, entrelazado entre un sol que a veces calentaba hasta los 40 grados. Este escritor autodidacta -que descubrió la literatura a la edad de 18 años, pues en su casa solo había una Biblia- confiesa que si no hubiese sido por la poesía y las historias, tal vez no hubiese sobrevivido: “De alguna manera he sido una Sherezade”.

Su libro tiene algo que se parece a “Las mil y una noches”. Cuenta una historia dentro de otra y se repite varias veces.
Esas son las licencias que se dan en la novela. El efecto caja china como le llaman los entendidos en esto. Es una caja dentro de otra caja... La novela es eso. Es una historia dentro de otra historia. Así es la vida también. Lo que uno quiere hacer en una novela, es vida en palabras. Mis novelas pueden ser malas o buenas pero chorrean vida. Eso lo afirmo porque mis obras no están inspiradas en otros libros. Mis personajes no son personajes de papel. Vienen desde la vida misma.

¿Usted ha conocido a alguno de sus personajes?
A casi todos. Yo creo que soy uno de los pocos escritores de este mundo que tiene la dicha o la desdicha de encontrarme de pronto con mis personajes. Me da cierto temor sagrado. Ese temor al revés de los indios que no se dejaban fotografiar porque les robaban el alma. Yo me siento, un poco, como robándoles el alma a estas personas porque cuando los veo en la calle, yo me voy por la otra acera (Ríe). Yo los transfiguro porque es lo que tiene que hacer el novelista, inspirarse en una persona o hecho real. Para que sea novela tiene transfigurarlo, tiene que convertirlo en hecho o personaje novelístico. Porque si lo contara o describiera tal cual es, eso no es novela, es una crónica; y yo quiero ser novelista, no cronista.

¿No le gusta la crónica?
No, no me ha gustado nunca la crónica.

¿Y qué otro género literario le gustaría escribir?
A mí me encantaría retomar los poemas, pero lamentablemente los poemas terminaron conmigo. Escribí poemas durante 14 o 15 años y cuando pasé a la prosa nunca más volví a ver un poema. Un poema no se escribe como un cuento o como una novela. La verdadera poesía te asalta o no te asalta. Si lo haces con técnica, los versos van a estar vacíos de poesía porque hay gente que confunde poesía con poemas. Yo sigo haciendo poesía, pero ahora en prosa. Lo que no hago son poemas.

La frase “Lo humano triunfaba sobre lo divino” –de su libro-, ¿cree que lo estamos viviendo en la actualidad?
Siempre lo humano ha triunfado sobre lo divino, al final de cuentas. Es cuestión de que mires la historia de la humanidad. Todas las caídas de los imperios, todas las caídas de las civilizaciones han sido culpa de la debilidad humana, del pecado humano. Incluso nos corrieron del paraíso por la debilidad humana. Todos los cristos elquis que han venido los hemos tratado mal. Ha triunfado lo humano sobre lo divino.

¿A cuáles cristos se refiere?
Yo llamo cristo a todos los mesías, iluminados o profetas de las distintas civilizaciones que han venido. Como Buda o Gandhi.

No necesariamente para usted deben de tener poderes sobrehumanos, sino ser líderes…
Exacto, exacto… El problema es que la mayoría de estos iluminados también caen impetuosamente por el lado humano. Todos estamos condenados al pecado. ¿Parezco predicador? (Ríe).

Dice la Biblia: "La fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve", pero el Cristo de Elqui se cansó de esperar y abandonó todo, ¿por qué?
Claro, a los 22 años se dio cuenta de que había predicado en el desierto, que sus semillas no habían fructificado y que ya no creían en él. Renunció. Yo creo que hasta el mismo Cristo de los evangelios cuando dijo: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”, de alguna manera renuncia. Este es un cristo humano que al final tira la esponja, tira la toalla. Es humano.

¿No se supone que la fe es lo que mueve la vida de las personas? 
Sí, pero también la fe en algún momento decae. La fe se apaga también.

¿Usted ha sentido que ha perdido la fe?
Muchas veces. Yo soy un hombre de fe ¡y de mucha fe! Como dice el Cristo de Elqui en la entrevista que le hacen: “Lo importante no es el dios sino la fe”. Si yo no tuviera fe, no estaría acá. Somos humanos.

Además de humano, ¿cómo usted describe al Cristo de Elqui?
Es un cristo con contradicciones, con errores, con milagros fallidos…

Confunde entre su fe y la locura...
Es que eso siempre queda en duda. ¿Es un loco? ¿Es un iluminado de verdad? ¿Es un farsante? ¿Es un santo? ¿Es alguien que se aprovecha de la gente? Eso queda a criterio del lector. En ninguna parte se afirma uno o lo otro. Ni yo lo sé siquiera. Yo terminé la obra y me quedé sin saberlo también. De pronto siempre digo: "¿Y si en verdad hubiese sido el verdadero cristo en su segunda venida? ¡Lo trataron como a una pelota!

Pero los milagros no le funcionaron. Excepto el de la gallina, claro.
Que tampoco está muy seguro él, porque piensa que ha visto muchas gallinas a las que le han apretado el cocote y de repente se paran. Entonces, tampoco se sabe si es un milagro o no.

Si el Cristo de Elqui no tenía el arte de la resurrección, ¿por qué el libro se llama así?
¡Ah! Porque es un bello título (risas), porque considero que la resurrección, si es que existe, es el arte más excelso que se pueda imaginar uno. Imagínate revivir a alguien muerto (risas).

¿Qué recomendación daría usted a sus lectores? 
Ninguna. Podría decirles que en mi libro, y en cualquiera de mis libros, van a encontrar una reivindicación por el arte de contar historias, por el arte de oír historias, que es una de las cosas que se está olvidando entre los intelectuales. Dejan de lado el contar historias, que es lo esencial de una novela, se miran mucho el ombligo y escriben para escritores. Si yo hubiese sido mujer, hubiese sido Sherezade, contando historias para no morir. Si yo no hubiese contado historias, no hubiese sobrevivido a ese desierto. Creo que mi califa era el desierto…

Sinopsis del libro
Tras la muerte de su madre, Domingo Zárate Vega se hace ermitaño en el Valle de Elqui. Allí descubre, a través de una visión, que él es nada más y nada menos que la reencarnación de Jesucristo. Luego de casi 22 años predicando en bien de la humanidad, se entera de que en la oficina Providencia vive una prostituta que se llama Magalena Mercado, quien venera fervientemente a la Virgen del Carmen. Creyendo que es un señal divina la busca con el propósito de que sea su discípula -y amante- y juntos divulgar la inminente llegada del fin del mundo.

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